Artículo publicado ayer, 05/01/2010, en el diario La Provincia/DLP


                                        DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                         EL  CONSUMISTA
         Indudablemente es tan sólo un punto de vista por mi parte, pero no vacilo en calificar esta debilidad de consumo como un laberinto de orfandades espirituales, afectivas y culturales, donde cuando acosa la ansiedad solamente se desea adormecerla con el consumismo (una mentira envuelta en encajes sutiles). Lamentablemente hoy existe un descarado aumento del mismo, quizá porque el egoísmo es el gran triunfador de esta sociedad y la estrechez del corazón no deja ver las necesidades ajenas mientras no se duerma en un colchón de crin y sí en un lecho de plumas.
         Ser consumista no significa tener la posibilidad de ser feliz, y tampoco creo que descargue frustraciones. Frustración es  no tener en nuestra isla “el Museo del Prado o el de Arte Contemporáneo”, por ejemplo. Supongo que el impenitente y caprichoso (antojadizo) consumista que me lea, pensará de inmediato que no me preocupe de su preocupación porque la suya la tiene clara y resuelta: untar su vida de salidas monótonas a tiendas, no poner freno a sus gastos, comprar con entusiasmo en signos externos, y ser fiel a esa “vocación”, al placer de gastar euros y gastarlos a manos llenas. Así que seguramente el consumista leyente me aconsejará tomarme unas vacaciones de cincuenta años y un día (a freír bogas al Toril), lo que pese a sus esfuerzos no logrará, primero porque se me han ido sumando los años casi sin darme cuenta y no creo que ingrese en el mundo de los longevos, aunque ojalá porque a mí me gusta mucho la vida, y segundo porque lejos de desanimarme esa consideración y esa irritación que pueda producirle mi escrito, sé perfectamente que mi lector, a pesar de encontrarse encaramado a ese mundo, en el fondo se arrepiente de sus superfluos gastos, pues como siempre digo (y como poeta lo hago intentando que rime), “tanto el mentir como el gastar no llevan consigo la libertad”.
       Una amiga mía, excesivamente derrochadora (derrochona) y canariona como nadie en el hablar, siempre que se gasta los euros en banalidades y servidora cariñosamente se lo reprocho, me contesta con lentitud (pachorra), “mira, mi niña, el vestido me salió más caro que una instalación de fontanería en la cocina, pero p’a reconcomerme por no haberlo comprado y no poder verme como un tollo compuesto, prefiero esperrifiarme las perras”. Como para echar cohetes (voladores).
          Creo  -como dice un buen amigo mío psicólogo-   que se llega a ser un gran dilapidador por una serie de carencias y complejos que llevan a ese estado de desorden, a ese refugio ante la inseguridad, y porque el placer de comprar todo lo que ve y se le antoja le da la sensación de poder absoluto, además de no aburrirle seguramente porque no tiene otras inquietudes, y su mayor problema es el de no saber compaginar su carácter hedonista con la voluntad de hacer algo positivo para la realización de su persona. El auténtico gastón (“poderoso caballero don dinero”) se perfila con bastante claridad (lo conozco por varios ejemplos cercanos de los que he sido testigo ocular, entre ellos mi amiga la canariona), y con sus compras se siente crecido de pronto de una extraña alegría enguatada (un flash que dura lo que vive un bostezo), pero que de algún modo le adereza la rutina de su vida, sin darse cuenta de que se puede ser feliz con lo más sencillo.
         Comprendo que el consumismo es muy goloso y que existe cierta magia en esa puerta abierta, en esa invitación a ello, pero es un caballo que corre demasiado aprisa y cuando se le ponen las vallas muy altas luego no hay quien se las salte… o se las salta y cae.  Así es que una se siente mejor al otro lado del muro y amando la vida más allá de lo material, aunque de                 alguna manera somos todos algo consumistas, pues las notas de esa marimba mimbrean nuestros bolsillos y es muy difícil que no nos toquen las fibras más sensibles…, pero una cosa es con violín y otra con guitarra, o sea, comprar de higos a brevas algo que te gusta sin necesitarlo, o a tu costa y a tu vicio poner más rico a El Corte Inglés, por ejemplo. Que tengan un buen día, que Dios me los bendiga y que no gasten mucho para Reyes, mis hijitos…

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