Artículo publicado ayer, 30/10/2007, en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                    EL  CULTO  AL  CUERPO
          El culto al cuerpo está claro que no es para predicarlo sino especialmente para practicarlo, y nunca acabo de sorprenderme ante esta incontenida avalancha de hombres y mujeres que intentan corregir sus bodys porque los consideran más desabridos que una cama sin cabecera y desean ponerse fuertes como un tifón, terminando luego por necesitar del deporte más que de una aspirina en plena gripe. Yo no sé a ustedes, queridos lectores, pero a mí un hombre musculoso y repleto (espichado en c.) de venas hinchadas y con más curvas que la carretera de Tejeda, hace que el frío me descienda hasta mis extremidades y piense si la claridad mental del individuo la tendrá así de pronunciada como sus venas (aunque por qué no), a pesar de que según Sigmund Freud, “quien atiende excesivamente el cuerpo, desatiende un poco el intelecto”.
         Este verano pasado caminaba servidora despacio (al golpito) por la orilla de la playa de Las Canteras en un día gris (panza de burro) llegándome hasta la Cícer, cuando de pronto vi a dos mujeres  -que en principio me parecieron hombres-  haciendo culturismo con un sinfín de ejercicios donde lucían sus biceps y sus venas como macarrones. Me acerqué pasmada (asmada), cuidándome con la misma precaución con que sitúo una cerveza fría a distancia de un potaje hirviendo, y me senté cómodamente a observarlas, a pesar de mi desinterés por aumentar mis niveles de flexibilidad. Aquellas féminas eran físicamente mujeres de dos por dos, como un par de muros de carga, y desde luego no podía imaginarlas bordando festones o haciendo punto de cruz, pespuntes y cadenetas. Sus muslos eran como columnas, y hombros y espaldas más anchos que las cortinas de mi salón, amén de unas carnes que se alejaban mucho de la flojera de un queso tierno.
         Servidora no tenía fiebre alta  -ni siquiera fiebre-  como para que aquella imagen me causara alucinaciones, como así fue, abriéndome los ojos como chopas de vivero. Al rato de estar allí y ante mi sorprendida mirada, las dos culturistas me transmitieron las suyas sostenidas, así es que pensando que estarían molestas por mi curiosidad (novelería), no dije ni chus ni mus ante aquel envoltorio de mujeres duras e intenté proseguir mi paseo, pero una de ellas -la más fuerte-  se me acercó y quizá viendo mi cuerpo de escasa actividad física (más con el susto mi lividez, la respiración y el pulso imposibles de medir), me preguntó que si hacía ejercicio ¿?, a lo que contesté, con más ansiedad que estar en un circuito de carreras, que a mi recipiente físico no le había dado por ahí.
         Comenzó a hablarme del deporte y sus resultados con explicaciones maravillosas, pero tan teóricamente como si me hablara de la estructura dinámica de los átomos, con lo que no entendí nada. No era ella mujer de cabeza hueca sino muy al contrario, poseedora de una buena formación cultural, así es que se dio cuenta de mi ignorancia al respecto y comenzó a explicarme más claramente lo agradable que era hacer ejercicio, las compensaciones que tenía a todos los niveles incluida la sobredosis de actividad, y agregando que también era muy sacrificado pero que no había disciplina sin sacrificio, etcétera. Me animaba hasta tal punto que casi me estaba diciendo que yo ya estaba como un mueble de hierro oxidado y que tenía que eliminar el óxido con un cepillo de púas metálicas. Le agradecí sus consejos, despidiéndonos con dos besos como buenas amigas y pensando  cuánta voluntad y sacrificio para conseguir una meta…  Y es que nunca más cierto aquel pensamiento que reza, “nadie consigue lo que quiere sin renunciar a muchas cosas que también quiere”. Y servidora, desde luego, no pienso renunciar a mi cómodo sofá y a mi mando a distancia. Cuestión de voluntad.  Que tengan un buen día.

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