Artículo publicado ayer en el diario La Provincia/DLP


                                     DE TODO UN POCO
Donina Romero                  
              TODAS  LAS  MUJERES  SOMOS  IGUALES
                                        (en tono de  humor)
 

         Oí decir en una película que “todas las mujeres somos iguales y que sólo tenemos diferente la cara, para que los hombres puedan reconocernos”. Y aparte de reírme (también nosotras pensamos lo mismo de ellos),  puede que tenga razón quien lo dijo, porque por lo que veo y escucho entre mis amigas, coincidimos unánimemente en muchas cosas, y ésta es una indicación de adonde quiero llevar este comentario. Y me explico.
Engendrar ilusiones en el corazón es un impulso humano que le da mucho colorido a nuestra vida, y escuchar de nuestros maridos un piropo de vez en cuando o recibir un regalito inesperado es para nosotras, las mujeres, como un día festivo. Y ellos lo saben. Pero estas pequeñas ilusiones (sobre todo las del regalito inesperado) no son buenas ni malas, sencillamente forman parte de nuestra naturaleza femenina, y desde luego están fijas en nuestras vidas. Y no hay que buscar complicadas explicaciones al respecto de este asunto, porque ni es trascendente ni algo que afecte al alma, pero sí indudable de que todas quedamos tocadas por la pena si nuestro santo esposo (quizá abrumado por el trabajo o atrapado en sus propios problemas) no supiera hacer algo así de positivo “para la realización de nuestra persona”.
         Nosotras las mujeres, desoímos los argumentos de nuestra conciencia cuando nos dice susurrante que “él” seguramente se ha devanado los sesos y ha sumado todos sus esfuerzos buscando, para nuestra onomástica o cumpleaños, el regalito más apropiado que nos produzca (como diría Mario Pomilio) “diversos niveles  y distintos grados de alegría”, porque visto el obsequio en cuestión y si no nos gustara (que es lo que normalmente nos suele suceder), no podríamos evitar nuestra mal disimulada sorpresa y nuestro brusco giro de carácter, como si nos irritara un zóster en la piel.
         Y es que en esto de los regalos las mujeres sí que somos todas iguales y pensamos, “nada, es que mi santo para los regalos no da nunca en el clavo”. Y digo yo, concio (taco canario), que tampoco estamos pidiendo peras al olmo, o sea, no pretendemos obsequios deslumbrantes y ni mucho menos que, en cuanto a los piropos, nos digan constantemente que cada día estamos más espectaculares y hermosas (sabemos que ya estamos más allá que más acá y además el espejo nunca miente),  pero vamos, a nuestras edades y con nietos (servidora tengo cinco y a cual más guapo y bueno), la indulgencia en el piropo y esa “sorpresita inesperada” de cuando en cuando, amortiguarían nuestro ahora corto aunque no apresurado paso por la vida, exenta ya de una atmósfera romántica como cuando teníamos veinte años, aunque con mucho amor y entendimiento con nuestro santo (todo hay que decirlo, no sea además que luego nos encontremos con su sensibilidad ofendida (amulados) y nos digan que han quedado empapados por las salpicaduras de nuestra insolencia). Soy consciente de que las mujeres somos tan difíciles para esto de los regalos como intentar prolongar la juventud pero, puñema (taco canario), tampoco estamos exigiéndoles que nos amen a estas alturas con furor latino ni que nos llenen de piropos como un bombardeo cósmico porque sería todo más exagerado que una novela de cuatro tomos.
         Ay, las mujeres…, ¿será que los hombres a ciertas edades no saben enamorar o somos nosotras que, pesadas, seguimos pidiéndole poesía a la vida, cuando a estas alturas lo importante es como decía Descartes, “cogito, ergo sum” = “pienso, luego existo”? Aunque yo diría que las mujeres existiremos, pensaremos y pediremos mientras no se nos fatigue “la palabra”. Y es que seguimos siendo un misterio sin resolver.  That is the question.

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