Artículo publicado ayer martes, 18/10/2016, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

PADRES LISIADOS DE AUTORIDAD

Decía Salvador Dalí que “el problema de la juventud de hoy es que ya no forma uno parte de ella”. Y tenía toda la razón aunque, si les digo la verdad, prefiero quedarme con el recuerdo de mi juventud vivida y aquel control de mis padres sobre mi adolescencia con aquellas hormonas un tanto revueltas, aunque yo fuera de las pocas niñas tranquilitas que no dieron problemas a sus progenitores. (Tonta yo, lo que me perdí entonces, aunque fuera poco). Las señoras de mi quinta, con respecto a esta loca juventud, estamos a sesenta millones de años luz de tanta libertad y libertinaje como existe hoy entre los jóvenes. Enfrentarse a los autores de nuestros días (levantarles el gallo) y hacer lo que nos diera la gana era algo absolutamente impensable, porque nuestros queridos padres tenían una enorme influencia sobre nosotros y si, por ejemplo, llegábamos a casa más tarde de las 22’00 horas, mejor era escondernos en un búnker porque de la cachetada no nos salvaba nadie.

El desarrollo de nuestro comportamiento adolescente y juvenil no permitía que fumigáramos la opinión de nuestros protectores y mucho menos comerles la autoridad debilitándoles el mando sigilosamente. A través del respeto y la disciplina evitábamos contestarles con malos modales, porque su palabra iba a misa y el exponente ejemplo moral de sus vidas nos hacía cumplir con nuestros deberes.

Pero hoy todo ha cambiado: los padres de hoy parecen necesitados de un hada madrina que les preste la varita mágica para enderezar a sus hijos, porque ellos mismos son incapaces de imponer autoridad, son víctimas de estos chiquillajes e incapaces de afrontar con valentía sus feas-feísimas salidas de tono, sus desagradables contestaciones, “su autoridad” en no morderse la lengua para pedir con exigencias cualquier capricho que se les antoje, porque han aprendido a utilizar la coacción y no desperdician el uso del temor para estallar, gritar y meter miedo a sus temerosos papás que, presos del pánico, no ven soluciones al grave problema que tienen encima y la voz se les ahoga en la temblorosa garganta por miedo a un arrebato inesperado.

Este verano he visto muchas de estas actitudes en la playa, y la rabia casi me hacia coger las vigas del techo. Y lo digo abiertamente y sin temor: a este tipo de hijos, la mejor cura es un guantazo a tiempo o un cogotazo al totiso, porque si no es así ya no habrá esperanzas de éxito para su educación, y al final a los procreadores, ante tales panchonas reviradas, solamente les quedará llamar a Seguridad. Ay, Señor, qué pena, penita, pena…

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