Artículo publicado el 09/10/2007 en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero                    
                                                   EL  LUTO

         Siempre se ha dicho que “primero es el luto y después el alivio”, así es que tengo yo un dilema atascado en el cerebro desde que hace unos años el alivio aparece el mismo día del entierro del muerto. Y viene esto a cuento porque hace un par de semanas y como hago habitualmente, me acerqué una tarde a la iglesia para hacerle la visita al Santísimo, tropezándome con un funeral en el que la viuda e hijas (estas últimas en vaqueros) iban de todos los colores menos de negro. No me hagan mucho caso porque servidora sigo pensando a la antigua usanza y no viendo más allá del espejo donde me criaron, pero entiendo que es importante tomar en serio las cosas que lo merecen, y para mí esto del “no luto” el mismo día del entierro, cremación o funeral, me parece tan insólito como conducir de noche con gafas de sol o demostrar descaradamente aquello del “borrón y cuenta nueva”, porque si el luto fue siempre el refugio del dolor (un remember del fallecido) y algo obligado en nuestras normas sociales, no comprendo qué daño podía hacerle a esta viuda (por ejemplo) el color negro en día tan señalado, a  no ser que fuera alérgica al mismo y se le llenara el cuerpo de ronchas. 

         Algunos pensarán que el luto es tan falso como intentar oscurecer una madera clara dándole betún, pero yo creo que “el respetito es muy bonito”, decimos los canarios, y llegar al tanatorio o iglesia vestida de luto causa eso: respeto, compasión y solidaridad. Caramba, que tampoco exigimos a la viuda que llegue a la misa montada en camello. Yo creo que una nota de luto en los familiares del extinto nos recuerda que mantuvimos una amistad con él, que atraía la simpatía inmediata, que tenía mucha disposición para la vida social, que era tan cálido como las paredes enteladas, que no le debía dinero a nadie…, en fin, todo eso que decimos de los que se han ido, aunque ningún humano esté libre de imperfecciones. 

Y no se trata de que ir de luto signifique que se quiera más al muerto, sino simplemente de mostrar un clima de amor y tristeza por la ausencia, por el adiós del ser querido, pues aunque dicen que tanto el dolor como el luto se llevan por dentro (y me parece creíble, aunque “no sólo hay que serlo sino parecerlo”), pienso que llevar luto no es un autosacrificio pues seguramente esta viuda (por ejemplo) tendrá en su ropero vestidos de fiesta en este color porque lo cree elegante, y tan guapa que se ve ella en las verbenas, por lo que no me parece que ir de verde, amarillo y lila rabioso (así iban las de estas exequias de que les hablo) sea ninguna fórmula rápida para superar la tristeza. 

         Creo que el negro (no el maromo) debe estar siempre en el lugar y el momento adecuados y quitárselo sin prisas, pues sólo el tiempo (ayudado quizá por algún medicamento) hará salir adelante del trauma. Aunque por lo que parece y se ve ya en nuestra insensible sociedad, también es un “trauma” vestirse de negro para estos actos de tanto dolor y respeto.  También quisiera añadir que a pesar del tono de humor con el que he tratado este artículo, continúo respetando a los deudos en la decisión de los colores en los tristes desenlaces, aunque esté en desacuerdo,  pero -qué quieren que les diga-  para mí la sotana de un cura siempre ha sido negra y me parecería un excéntrico, amén de ponerme a salvo de sus sermones, si lo viera diciendo misa con un traje de Rapel, por ejemplo. Que tengan un buen día.

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