Artículo publicado el 10/03/2009 en el diario La Provincia/DLP



                                    DE TODO UN POCO

Donina Romero

                               ¿CON  GAS  O  SIN  GAS?

Dicen que los niños y los borrachos son los únicos que siempre dicen las verdades, y así debe ser porque ya me ha ocurrido en alguna ocasión que mis nietos (tengo cinco) me digan (desembuchen) las cosas que sienten alto y transparente, que es como realmente deberíamos andar todos por la vida. Pero claro, si tomáramos esta actitud los adultos sería la guerra de las galaxias, y por tanto hay que creer milongas y dar luz verde a todo lo que nos cuentan sin abrirle el historial a nadie, porque al fin y al cabo albergar nobles y buenos sentimientos hacia los demás es lo mejor de nuestra existencia.

Ocurrió que este verano pasado mi nieto Pablo (Blosky para mí), con siete añitos, guapo como él solo y listo como un rayo, me pidió en mitad de un paseo playero por la orilla del mar con marea alta (reboso), mientras le contaba cuentos, que le diera agua pues se había comido antes del paseo unas golosinas (como todos los niños, sujeto a la debilidad de las chucherías) y una bolsa de palomitas de maíz (cartucho de roscas) y la sed le estaba dejando la boca sin saliva (seca como una jarea). Pero me demandaba que el agua fuera con gas, pues sin gas no le gusta nada. En mi diminuto bolso sólo tenía unos chicles de menta y una pequeña botella de agua sin gas. Cariñosamente y ejerciendo de abuelaza le animé a que tomara dicha agua, a lo cual se resistió a pesar de la sed. Durante el largo paseo y ante su cansina petición (guineo, matraquilla) le convencí, con tanto trabajo como quitar las manchas de escayola en los azulejos, de que era mejor el agua sin gas que con gas, porque esta última hinchaba el vientre (barriga). Así es que, dada su terquedad, ya íbamos a entrar en una lucha entre esbirros y bellacos, cuando mi Pablo, refugiándose en la verdad que, por ahora, rige su vida, se paró en seco, me observó detenidamente la panza y me espetó con toda su naturalidad, sin un punto de misericordia y con cierto tono declamatorio,”entonces abuelito y tú toman mucha agua con gas, ¿verdad?” Y se quedó más ancho que un vestidor a la medida.

    Ante aquello no me impuse silencio y reí con ganas, no viniéndome abajo como una persiana porque, a Dios gracias, la medida de mi estupor no llegó a ser excesiva, dado que reconozco que ya no estoy para ir a las olimpiadas pero, por las barbas de Neptuno, sí que me fastidió (jeringó) tal comentario, rascándome más que hacerlo con un chicle pegado sobre un vestido de seda, pues sentí algo así como un retortijón mañanero con unos enormes deseos de comenzar a hacer ejercicios desde ese día para rebajar el abdomen (abdomen, qué fino). Y es que a veces hay verdades que en lugar de ofender animan a mejorarnos, o a intentarlo al menos. Pero reanudando el hilo…. Llegados ambos dos al hotel cansados (descuajeringados), y con los pies como lebranchos, comenté la anécdota a mi familia con la vehemencia que me caracteriza y que corroboró mi hija Donina con un “con qué pasión cuentas las cosas, mamá”, comentándole servidora que me expreso así porque soy y me siento muy latina. Mi linda nieta Donina (Nusky para mí), de nueve añitos, reflexionó unos segundos mi frase, que casi le produjo cierta conmoción mental. Observando su conflicto interior le pregunté qué era lo que no entendía, y con buen juicio me dijo, “abuelita, ¿cómo puedes ser tú una bañera?” “¿Una bañera?”, le respondí sorprendida y sin comprender. “Sí, porque has dicho que hablas así porque eres “la tina”, y una tina es una bañera, ¿no?”

   Dicen que el amor es tan fuerte como la muerte, y el amor que siento por mis nietos me parece un privilegio y un regalo llovido del Cielo, porque no existe nada más bello en este mundo que la inocencia, ese candor y la pureza del alma de un niño. Que tengan un buen día.

 

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