Artículo publicado el 11/03/2008 en el diario La Provincia/DLP


                                          DE TODO UN POCO 

Donina Romero
                                      UNA  DOSIS  DE  VENTANA

         Hace poco, apretándole las clavijas a los andamiajes de mi memoria y entre los muchos recuerdos de mi juventud, pensé en ese entonces que había que hacerle honor a este país nuestro enviando fotografías a revistas internacionales con las ventanas de los edificios abiertas a las calles y la gente asomada a ellas como si fuera un día festivo o se esperara ver pasar una procesión, pues no creía que hubiera otro lugar en el planeta Tierra donde más gustara asomarse a las ventanas. Aquello para las “asomantes” o “asomadoras” era algo así como un tónico excelente para recuperar el aspecto personal y mejorarles el espíritu, y además de ser la forma perfecta de matarles el tiempo los sectores machistas andaban tranquilos sabiendo a las esposas en casa, distraídas y arregladas esperando su arribo al hogar después del trabajo.
         Y era fácil. No había que sacarse ninguna licencia para ello ni tampoco estar en guerra con la vida, sencillamente (o quizá así lo creía) era parte de un cierto romanticismo (que hoy ha desaparecido) que se hacía casi con la ilusión como ante un plato favorito. Con ello se edulcoraba un poco la realidad del día a día, sin intenciones de ensanchar los límites del saber humano, y además aquella distracción, más el aire fresco de la calle, era ideal incluso para cuando afloraban las penas pues no había nada mejor que una dosis de ventana para que les incrementara el positivismo y el buen humor, transmitiéndolo al resto de la familia, ya que el “asomo” serenaba las mentes y los ánimos y encima les quitaba la modorra provocada por la indigestión del almuerzo…,  porque aquel soplo fresquito, que dejaba abatatado, empapaba la sangre de descanso y era un pellizquito que revivía el ánimo, echando por el desagüe las empanadillas de calmantes o los rehogados de tila.
         Ahora las deserciones de las ventanas se cuentan por millones pues cuando se tiene un desorden anímico no hay ventana que valga, ya que donde mejor se quita es en la cafetería de la esquina tomando un buen café con una amiga, puesto que la ventana ha dejado de ser aquello que daba más o menos una vida contemplativa y espiritual, y el café o el carajillo junto con la charla es ahora la mejor cura de urgencia para levantar el ánimo. Y es que claro, hoy, con los innumerables lugares de ocio y tantos grandes almacenes donde gastar los euros, las ventanas de tantos y tantos edificios están más vacías que un aula a la hora del recreo, y ver a alguien asomado (además de pintar menos que un sordo en una conferencia) cuesta un mundo y es más raro que ver a un conejo detrás de un galgo, a pesar de esta abundancia de días soleados (solajero) que, afortunadamente, disfrutamos durante todo el año los canarios.
         Y es que, por las barbas de Neptuno, las costumbres han cambiado que es una barbaridad, y me atrevo a pensar que en estos tiempos aquel que se asome a gozar de su dosis de ventana, como mero observador de la vida, podría ser tachado de curioso (novelero), don nadie (zarandajo), pues ya no vemos gente  -ni siquiera de tarde en tarde (de higos a brevas)-  atrapada en esas redes ni aunque le aseguraran que tuviera con ello la posibilidad psíquica de trascender la barrera del tiempo, porque al fin y al cabo la vida no es más que un breve sueño, los años un papel de lija que acaba con cualquiera… y ya nadie está por pasarlos asomado a la ventana. Que tengan un buen día.

Página consultada 883 veces