Artículo publicado el 22/01/2008 en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero   
                                            EL  DIVORCIO
                                           (en tono de humor)
        Hoy escribo este artículo (igual serán varios a este respecto porque la cosa es larga de contar) con sentido del humor, porque ya para tragedias las del mundo. Hace unos días me llamó Cata (nombre ficticio y una buena amiga madrileña), desesperada y llorosa para comunicarme que su marido la iba a abandonar, pero -oh, sorpresa-  no por otra mujer más joven, que viene siendo lo normal entre los hombres maduritos, sino por una de su misma edad y que además no valía mucho físicamente, ¿qué raro, verdad?  Mi pobre amiga, que lo había querido hasta con la matriz y había tenido tanta paciencia con él como la de montar a mano claras a punto de nieve, no me dejaba un espacio para consolarla pues siempre ha hablado más que Fidel Castro, se hallaba desolada y yo lo entendí, porque ella es tan sensible que hasta en verano tiene que llevar “pinquis” porque si no le salen ampollas en los pies.
         Por vía telefónica, a mis oídos llegaba su voz hablando con la velocidad de un centrifugado y con los improperios más abruptos contra su “fugado” esposo (toda una cadena de agresiones verbales con la que parecía que disfrutaba), “¡y cada vez que pienso en la trastada que me ha hecho, lo llamo de todo lo que se me viene a la cabeza y a la boca! ¡Años de cuernos y yo en el guindo! ¡Canalla, que es un canalla y un capullo! ¡Flaco y simplón (bígaro y singuango o tabaiba en c.), traidor, inicuo (más malo que la quina), hijo de su madre…!”  Sollozaba de nuevo con una rabia que se cogía las vigas del techo, mientras sonándose ruidosamente continuaba, “¡hijo de su madre, sí, que a mí los tacos me relajan mucho! ¡Y encima la muy arpía se hace llamar “Moluchi”, porque ninguna mujer que se precie va por la vida con el nombre de Jerónima, que es su verdadero nombre, claro!  (Nuevo llanto). “¡Y yo, la muy tonta (totorota), me hice llamar “Cata”, de Catalina, porque la imaginación no me dio para más! ¡Traidor, capullo” ¡Mira que abandonarme por esa frescorra (relajona) y ordinaria (risquera), que además es más cursi que un bidé decorado con cenefas de flores! ¡Traidor!”.
         O sea, que su marido de pronto le parecía que era un divieso en el… cuando pega a criar. Yo pensaba que tenía razón, la pobre, porque de qué forma tan ligera el esposo había puesto fin a treinta y seis años de matrimonio, y la verdad, me cogió desprevenida y sorprendida de que el Gustavo (nombre ficticio) ya tomara sus propias decisiones. Al principio pensé que la culpa la había tenido la capa de ozono, porque cada vez tiene más agujeros y es un peligro tomar el sol para estar tostadita y esas cosas…, y como mi amiga Cata estaba ahora más blanca que un folio y al Gustavo siempre le gustaron las mujeres morenas como la vaina de una algarroba, pues… En fin, que mi amiga Cata continuaba erre que erre con su rabieta (“perreta”) de esposa abandonada, “¡y pensar que me juró amor eterno ante el altar, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separara… y lo que nos ha separado ha sido un viaje a “Cuernilandia” con esa descarada (zafada) que roba los maridos de las demás y se queda tan tranquila (pancha)! ¡Qué vergüenza, yo cornuda!”.
         Total, que como mi amiga Cata no ahorra saliva para hablar y empuja con la palabra a todas horas, hasta el punto de que nunca me deja un hueco para poder pronunciarme, pues, en un momento de sollozo incontrolado y para quitarle yerro al asunto, aproveché y le dije, “pero Cata, mujer, si los cuernos son más antiguos que una cocinilla de petróleo. ¿La solución? Hija, ponte flequillo y verás que no se te notan”.  El teléfono hizo “clic” y yo quedé con la palabra en la boca, como siempre. Ay, señor, qué mundo éste.

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