Artículo publicado el 10/07/2007 en el diario La Provincia/DLP


                                          DE TODO UN POCO
Donina Romero                     
                                                  MACHISTAS
 

         Siempre he oído que la defensa propia no es asesinato, por lo tanto no quiero pasar la página ante un tema tan complejo como éste sobre hombres machistas, aunque a algunos les pueda parecer que estoy agria más por rebeldía que por una subida de azúcar. Y están en lo cierto. Y es que a pesar de esta evolución y revolución de la mujer en el terreno laboral, cultural y sentimental, aún nos quedan muros que derribar (ahí están esas lapidaciones por adulterio), combates que lidiar en los sectores machistas que creen les pisamos el callo en sus dominios y temen que lleguemos a ser tan buenas como las máquinas (lo seremos). Para muchos de estos señores somos un virus que amenaza con transmitirles la “enfermedad de la involución” y se asustan creyendo que nuestra inteligencia puede dar paso a su aniquilamiento intelectual, laboral, etcétera, con lo que quisieran tenernos en un estado alfa de meditación y con los ritmos intelectuales lo más bajos posible; pero ocurre que hemos salido de la modorra obligada en la que andábamos desde siglos ha, y ya no somos el florero de la consola ni la figura decorativa ni las impenitentes aficionadas al ganchillo con buena salud pero con escasez de energías para imponer nuestros criterios y opiniones, ni nos sentimos antiguas como una cocinilla de petróleo ni como recién salidas de un cursillo de cristiandad, sino mujeres con voz, voto y temperamento.
Así es que amarrando lo que les he dicho, viene esto a cuento porque hace poco y en una conferencia con coloquio, a una buena señora se le ocurrió, desde su visión femenina, llevar la contraria al ponente porque lo consideraba equivocado en algunas cuestiones, lo que hizo desatar las iras de un oyente que, ni corto ni perezoso e influido por un punto de vista escéptico hacia la mujer en general, saltó como una gota de agua en aceite hirviendo, y en un ataque verbal y una cólera en estado de ebullición la mandó a callar disparado como perro con bencina con una voz en cuello, “¡usted debería estar en su casa, preparándole la cena a su marido!”   O sea, leña al mono que es de goma; aunque hoy, por suerte, estas actitudes machistas de unos pocos malos perdedores sólo son como tirar voladores mojados.
 

         No me voy a detener ahora en la señora dominada por el desconcierto ni en los detalles de la discusión con aquel matón de tabernas y muestrario de ordinariez, pero seguramente era un señor aficionado al oporto, con las baterías de la inteligencia bajas y anclado en la prehistoria (buen personaje para Dostoievsky, uno de los primeros analistas de la psique humana), pues seguro que con su acentuado machismo le hubiera encantado mandar a su mujer a construir la muralla china y con un bozal en la boca para que ni siquiera pudiera tararear, mientras él -machito-, se entretiene jugando a las cartas con la peñita de sus iguales: bellacos con la boca llena de ráfagas de amenazas y palabras insolentes, sujetos a la cólera y al desafecto, dominados por su propia inseguridad. Menos mal que, afortunadamente para nosotras las mujeres, son muchos más los hombres en perfectas condiciones mentales que no nos ven como un adorno, y hasta admiten que podamos hacer la mili en Huesca, pues entienden que  -aparte de que seamos para ellos un caldito que les refuerza el soplo vital- la vida tiene anchurosos caminos para todos y que la inteligencia no es cuestión de sexos.  Qué mundo éste…

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