Artículo publicado hoy, 06/11/2007, en el diario La Provincia/DLP


                                            DE TODO UN POCO
Donina Romero

                                                 LA   MULTA

         Nunca hubiera imaginado que aparcar un coche cinco minutos en zona prohibida para recoger un paquete, desatara las iras de un guardia de tráfico hasta el punto de provocar la atención de los viandantes que, asombrados de tal actitud, casi pensaron en correr a los medios de comunicación a cubrir una noticia de última hora. Ya sabemos que los guardias son como el perejil, que están en todas las salsas, y aquí no podía faltar. También he de añadir que respeto mucho el espíritu disciplinado de estos funcionarios y su educación con los ciudadanos, a pesar de la predisposición de unos pocos a denunciar con demasiada ligereza cualquier falta leve. 

         Mi amiga  -la conductora culpable de la infracción-  tuvo un atasco de oxígeno en plena discusión con el guardia, cuya persona era un exponente de malos modales, que aprovechó el mal aparcamiento para continuar con su batalla oral, que parecía que nunca había perdido en otras ocasiones y no estaba dispuesto el hombre a perderla ahora. Todo en él rozaba la desmesura, desde el físico a la personalidad, y así se entendía que sus cornadas verbales fueran parte de su deficiencia humana, hecha casi para demoler. Y digo yo que la autoridad no es gritar (a pesar de sus golpes de tos) ni hacer un show en plena calle con un lenguaje rudo  -al fin y al cabo la cosa no era para tanto- en el que alborotaba más él que mi amiga, que aún respiraba con dificultad, casi en un ataque de ansiedad y ya deseando permanecer al margen de la disputa.

         Y de pronto la multa. Casi nos echamos ambas cuerpo a tierra. Mi amiga dispuesta a contestarle en los mismos términos, motivada por el enojo de tal acción, le contestó irritada que no era justo lo que le hacía, mientras la voz se le ahogaba en la garganta a pesar del esfuerzo por continuar. Yo trataba en vano de consolarla mientras me quemaba la boca por decirle cuatro verdades al sujeto, pero como dicen que ceder a tiempo es vencer, y ya sabemos que la necesidad engendra habilidad, pues a mí, que nunca me había visto en una situación parecida y sólo sentía deseos de obtener ayuda porque también me veía limitada para entender todo aquello, no se me ocurrió otra cosa (tengo un cerebro y lo uso con frecuencia) que arrojar mi mal humor por la ventana del coche, y sacar de mi bolso un caramelo de menta que ofrecí, amablemente, al ofuscado funcionario de tráfico para su tos persistente, llamándole además “señor agente”, lo que produjo en él un cambio de humor acompañado de inusitada cortesía. 

         Temiendo que se le activara de nuevo la autoridad le pedí disculpas por la infracción en nombre de mi amiga, a lo que contestó que “no le hiciéramos mucho caso, pues había tenido un mal día y además llevaba más de una semana con aquella tos de sótano”.  Así es que, feliz chupando su caramelo, me permitió recoger de la boutique el paquete de mi amiga  mientras desistía de su denuncia y nos despedíamos los tres en la más absoluta serenidad. Recuperado nuestro color, que a partir de aquel bochorno había huido de nosotras como liebre del cazador, ofrecí a mi amiga un caramelito de menta (y otro para mí), celebrando ambas el conocimiento de “una nueva amistad de un miembro del orden público”, mientras nos sumergíamos en profundidades de lo que se llevaría en moda la próxima temporada. Qué mundo éste… 

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