Artículo publicado hoy, 25/11/2008, en el diario La Provincia/DLP


                                                 DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                                        FOTINGOS
Mi padre fue un hombre educado y suave con los demás como la miga del pan de Agüimes, buscaba siempre la vida tranquila y le gustaba vivir sin prisas, lentamente, lejos de cualquier ansiedad, y la discreción y la timidez eran los rasgos más acusados de su personalidad. Fue toda su vida y hasta el día de su jubilación el Habilitado del Ministerio de la Vivienda, de donde salió querido por todos y homenajeado. Honrado como un santo, inteligente y de extensa cultura, era curioso como para él viajar, conocer mundo era más un sacrificio que un acto de placer. Nunca le gustó conducir y no era buen chófer, pero sí apreciaba tener un buen coche, que mantenía impecable, como lo era su persona, siempre bien vestido (endomingado) y perfumado.
Así es que muy joven y soltero, empezando a vivir y con ganas de tener un auto (auto, qué fino), como la economía le era escasa no le quedó más remedio que comprarse un automóvil de segunda o tercera mano, pequeño y de color negro (no recuerdo bien la marca, aunque creo que era un Morris) pero que cuidaba como oro en paño. Como jamás aún en su corta vida había tenido un júbilo tan completo (pirrado), y tomada la decisión de comprarlo, el primer día de su posesión y más feliz que Ricardito, le apeteció darse un paseo a Tafira con un íntimo amigo que estaba tan pelado de dinero como mi progenitor. Y hete aquí que llegados frente a la antigua cárcel el coche se le cala y él (pésimo conductor y de mecánica ni idea), congelada la sonrisa, no sabe qué hacer y sólo se le ocurre arrimarlo a un lado de la carretera, con la ayuda del decepcionado y desconsolado amigo que no pudo disfrutarlo por culpa de aquel accidentado paseo.
En esa tarea andaban ambos, cuando desde otro coche que bajaba de Tafira con varios descarados (confianzudos) y en algazara (cachondeo) mozalbetes dentro, le gritan a voz en cuello, acompañados de pitazos (bocinazos) escandalosos, “¿No querías fotingo? ¡¡Pues toma fotingo!!”  La felicidad que el santo de mi padre creyó tener al alcance de la mano se le desborrifó como un queso tierno, su aliento vital disminuyó y la onda de sus energías comenzó su viaje fuera del cuerpo, ya que oír llamarle “fotingo” a lo que para él era un Cadillac le hizo navegar entre el dolor y la rabia y pensar en venderlo rápidamente, pues ya se veía en inferioridad de condiciones en aquella jungla de asfalto, pues aunque en su vida era sencillo como el que más, le podía lo de un buen coche. Así es que quedó dolido y hundido en el pozo de la decepción ante tamaño insulto, desconsideración y ofensa a lo que, con ilusión y sudores, había comprado.
Rabioso (reconcomido), y como no le valió lo de “sarna con  gusto no pica”, durante los días posteriores no sacó el coche, recordando los vituperios de aquellos ofensores (faltones) y escondiéndolo como un conejo en su madriguera. Pero al final le plantó cara al asunto, y aún espoleado por la rabia, la energía le volvió al cuerpo y pensando que “quien tiene un coche tiene un tesoro”, se imaginó que tenía un descapotable y él era un Fittipaldi, y rápido en la reacción volvió a pasear en su “fotingo”, haciéndose inseparable del mismo como el lunes y el martes e importándole un carajo lo que ya pensaran o dijeran los demás de él y su amado vehículo. Y es que ya lo dicen los refranes, “querer no es poder”, y “no hay mal que por bien no venga”, porque lo esencial en esta vida es aceptar lo que somos y lo que tenemos sin vanas ilusiones ni ambiciones, porque despertar luego a la realidad es más duro que un pan de cuatro días y además te deja mal carácter (mal tabefe).
Aunque pienso que lo mejor para vivir en este perro mundo es disfrutar de la serotonina, un elemento que se encuentra en el aroma de las flores y es la sustancia de la felicidad. ¿Hay quien dé más? Ay, Señor, qué mundo éste…
 

Página consultada 730 veces