Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP


                                          DE TODO UN POCO
Donina Romero
                            ROTA ADOLESCENCIA
         Últimamente vengo oyendo y leyendo el tema del aborto en las menores de edad y continúo teniendo capacidad de pasmo ante tales locuras. En una revista de tirada nacional he leído con asombro que treinta y seis mil chicas en edad adolescente (de los catorce años a los diecisiete) abortan anualmente en Canarias, y me siento tocada por la pena porque la cifra  me parece alarmante y espeluznante. No deja de inquietar que luego estas criaturas queden sepultadas para siempre en la confusión de lo que hicieron, con la desolación en cada poro de su piel y una herida de sal, que es la que más escuece, porque seguro que de mayores -palpándose los rincones del alma- recordarán con malestar y dolor que desoyeron los argumentos de su conciencia, lamentando que “aquello interrumpido” tendría hoy tal edad y sería algo positivo en sus vidas y en su realización como personas.
No sé si sabré reflejar este problema como yo deseo, pero entiendo que abortar a esas edades tan tempranas implica renunciar un mucho a vivir la juventud (divino tesoro) y a que la sangre no les bata en las venas con la misma fuerza y las mismas ilusiones que antes, después de tan tremendo cambio en sus jóvenes vidas. Estoy convencida de que después de tal acto, quedarán durante mucho tiempo con el corazón blindado y los sueños desgajados porque -sea como fuere- imagino que la experiencia debe ser brutal y desde la vidriera de sus ojos ya el mundo y la vida serán como una sombra espesa y no -como diría el poeta Miguel Hernández- “una aventura y un regocijo”. También para los desolados padres debe de ser un trago amargo decidir con las sienes llenas de dudas y el desgarro invadiendo sus corazones, mientras elucubran en esa zarza de espinas, porque ya contaban con el mágico futuro para sus amadas hijas y lo que menos esperaban era pasar por este dolor casi líquido y asediándoles la amargura de la cárdena decisión.  Aunque también creo que los padres no deben actuar como un equipo de inmersión ante estas libertades sexuales de sus hijas; como padres están obligados a dialogar con ellas y explicarles que el amor no es sólo una fiesta, que todo tiene su tiempo y su edad en la vida y que romper la fábrica de los sueños siempre es una amargura y no una felicidad.
Lo que me asombra es que nunca hubo tanta información al respecto como hoy, y que si estas niñas tienen un cerebro es para usarlo y no para dejarlo libre como una gaviota sin ninguna clase de orden y precauciones. Además me asombra aún más que con catorces años estas chiquillas se “entretengan con diversiones” que no son propias de sus edades y tan peligrosas como un cuchillo cortante. Las de mi generación, a esa edad más o menos, andábamos jugando a los recortables, a la soga y al teje que sí que era verdaderamente divertido. Ahora estas niñas además de perderse la hermosa adolescencia con un vivir sano, tienen la moral distraída dado que su mente está confusa debido a la influencia de la televisión y las liberales costumbres de hoy. Incluso cuando vemos a los pequeñines cantando en concursos infantiles, ya no cantan el “cocoguagua” o “Susanita tiene un ratón” sino “como una ola” de Rocío Jurado o “marinero de luces” de la Pantoja, además de ir vestidas casi de cabareteras. Y tampoco se trata de que las adolescentes vivan en el más riguroso confinamiento, sino simplemente de hacerlas responsables del cumplimiento de sus deberes y de su amor al futuro. (Aunque ya se sabe que los consejos valen poco cuando no se desea recibirlos).
Y así estas adolescentes deberían tener grabado a fuego aquel refrán que dice que “sólo hay que nadar hasta donde nos da miedo”, porque no se debe tomar a la ligera el mayor milagro del mundo, que es la vida. Y la vida de un nuevo ser no es cosa de juego. Faltaría más. 

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