Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
  Donina Romero   
                                         COSAS DE NIÑOS…
          Un soleado mediodía de las pasadas navidades de 2006, y cuando el baño de calor se nos metía en la sangre, andaba servidora de ustedes con mi santo y mártir bajo los efectos de la ternura hacia dos de mis preciosos nietos (los nietos son siempre una fuente de gozo, y sólo verlos y amarlos nos hace creer en el Cielo), Donina y Pablo (Nusky y Blosky para mí), de siete y cinco añitos de edad respectivamente, inteligentes y más infantiles que el seis de enero e inquietos como rabo de perinqué, haciéndole una visita al hermosísimo belén de arena que todos los años nos ofrecen unos más que magníficos artistas en nuestra bella y amada playa de Las Canteras. Haciendo de abuelos sacacuartos, pero con más alegría que si nos hubiera tocado el gordo de navidad, dejábamos que los críos nos pidieran monedas de diez, cinco y dos céntimos con las que se divertían apasionadamente tirándolas a puñaditos en los diferentes y esmerilados nacimientos, invadiéndoles la satisfacción con la consiguiente alegría para ambos pues tal juego les parecía tan placentero como los cochitos de choques. Llegados a uno de los más espectaculares, adornado con un pequeño lago, de agua del mar naturalmente, rebosado de estas moneditas, quedaron los dos cominos petrificados, serios como un retrato, con el iris asombrado en sus infantiles miradas que brillaban más que la lumbre de un cigarrillo y observándolo casi con periscopio al ver tanto dinero junto. Por jugar un poco con ellos, me sentí motivada a decirles que en aquel charquito y en el momento de tirar las monedas tenían que formular en silencio un deseo que se cumpliría si lo ansiaban de corazón. No les pareció la idea asunto baladí, así es que realizada la petición, pregunté al niño qué había pedido y si me lo podía confesar, contestándome alegremente con valor (agallas en c.) y con ese carácter que siempre ha tenido al ritmo del Caribe, “una novia guapa para cuando yo sea mayor”, y la niña, toda ella caramelo y suave como el Mimosín para la ropa, “más monedas para mis abuelitos, y así seguir tirándolas a los belenes”. “¡Y rián p’al Puerto!”. Ya ven, queridos lectores, qué salidas tan espontáneas y qué deseos tan dispares con la más pura y deliciosa inocencia, aunque ambos con el mismo entusiasmo.
         Y es que desde los días más remotos de la historia de la humanidad, el hombre siempre ha tenido deseos y todos, hasta hoy, hemos sido cautivos de los mismos y atrapados en ellos como en un cepo, lo cual, si consideramos con rigor el asunto, es algo tan hermoso como recuperar la niñez, ya que en este mundo imperfecto  -y si en los hilos de esta breve vida se enhebran alegrías y penas-  no nos viene mal tener deseos hermosos de cuando en cuando, pues a la arquitectura del corazón no sólo le aumenta el caudal de la sangre sino que nos satisface el vivir que, a veces, es más difícil que compartir un armario de dos puertas. Otra cosa diferente es amargarse porque el deseo no se cumpla y nos resulte tal decepción más molesta que una mancha de tabaco en un cenicero de plata, ni tampoco se trata por ello de hacerse el harakiri, porque no hay que exagerar. Pero mientras tengamos deseos, anhelos o esperanzas, será como recrearnos en una figurita de porcelana con los filos de oro, tener fuegos artificiales en el alma y siempre un sentimiento tan bello como poseer una hermosa pajarera de jardín. Que tengan un buen día. Y felices fiestas navideñas.

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