Artículo publicado hoy martes, 10/05/2011, en el diario La Provincia/DLP


 

DE TODO UN POCO

Donina Romero

                                CHARLAR CON LOS ANCIANOS

En este mundo acelerado donde el día dura 12 horas, pero las horas son más lentas y tristes si te diriges a Hacienda, hace falta tomarse un ratito de ocio y disfrutar de un puñadito de sol, sobre todo ahora, con el buen tiempo, para que los huesos, a cierta edad ya frágiles como el cristal, recuperen el calor de tanta sombra de invierno. Sentado a mi lado, en un banco de nuestra hermosa playa de Las Canteras, un señor ya muy mayor y con visible falta de vitalidad, intentaba darme palique sobre la belleza de nuestra playa, y como a mí me encanta charlar y escuchar a los mayores porque siempre aprendo algo de su sabiduría, le concedí toda la facilidad para ello. La verdad es que hablamos de cosas tan poco profundas como inútiles, pero era una inmersión voluntaria por ambas partes, hasta que lleno de confianza me confesó de la esclavitud de su soledad, de su sufrimiento en silencio y de los juegos malabares que hacía para seguir viviendo.

Buscaba ansiosamente una compañera que le añadiera ilusión a su apagada vida y a su desocupado cerebro, alguien que también le cuidara y le vigorizara los ánimos, y que él con gratitud le dejaría en herencia todo lo que poseía (no pregunté si era mucho o poco). Una sensación creciente de pena se apoderaba de mí por momentos, y un tierno sentimiento casi de amistad me invadió. A medida que iba creciéndole la intensidad de su confesión, de pronto, con una conducta sorprendente pero respetuosa, me dijo, “aunque veo que usted es muy joven para mí, ¿se encuentra igual de sola? Yo estaría encantado de tenerla como compañera de mis últimos días”.

Necesité respirar hondo para recuperarme de la sorpresa, y aunque tal declaración no me provocó la risa, sí le quise contestar con un toque de humor, respondiéndole, “estoy casada con un gran hombre y soy muy feliz, pero si me quedo viuda (me santigüé tres veces seguidas) esté seguro de que le buscaré a usted, porque ya sabe que “a rey muerto, rey puesto”. Mi jocosidad parece que le gustó dando rienda suelta a la risa, a la que me uní. Me despedí estrechando aquella mano temblorosa y deseándole que el Cielo le trajera a la compañera tan deseada. Fue un momento impagable que recordaré siempre. Que tengan un buen día.

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